19 noviembre, 2007

El silencio ha sido interrumpido...

... Y por alguien que es a la vez ajeno y a la vez cercano.
He estado estos días, yo mismo, en silencio absoluto, porque ha habido un shock demasiado profundo en esta chiquilla. Pero no ha pasado nada para que fuera "shockeada" así...
Y yo que pensé que la conocía más.
Me falta experiencia, parece. Lo de la puerta me dio falsas esperanzas.

No sé por dónde empezar. Hasta se me olvidó cómo empezó.
...
Creo recordarla a ella, tras la puerta, como cualquier día, esta vez hablando de lo rara que se sentía desde hace mucho tiempo, quizás desde antes de mi encierro. Su carácter que, como ella definió (provocándome a la vez unos espasmos de risa que la molestaron un poco) como "frío y controlado, para ocultar un poco la mezquinidad que convive en mí junto al relativo apego que puedo sentir por la gente. Un poco extraño para ellos, pero se terminan acostumbrando a mí. Algunos incluso me quieren", se veía afectado últimamente por el ambiente. Todos los días, enterrada en la multitud de gente, sentía un odio incontenible por quienes le rodeaban. Perdía la calma. Se volvía un animal más. Esto la asqueaba profundamente, porque al salir de ello, me contaba, se sentía terriblemente culpable, como si estuviera manchando algo importante en su conciencia.
La escuché con paciencia. Recuerdo lo que le dije a continuación:
- ¿Eso tiene algo que ver conmigo?
No recuerdo exactamente qué contestó, pero sé que el sentido fue: "Eso creí, pero ahora parece que no".
Me quedé un par de días meditando acerca de esta curiosa revelación, que podría ser la explicación de mi encierro, hasta que, de pronto, la paz se vio interrumpida por unos gritos que venían del pasillo.
Mi sala debería repeler toda clase de sonidos, pero nunca lo ha hecho, y por eso siempre converso con ella por debajo de la puerta, sentado en mi suelo frío. Ahora me puse de bruces y agudicé el oído a ver si escuchaba por sobre el eco lo que ocurría.
Me sorprendió sobremanera escuchar dos voces: una, era la inconfundible voz de ella; la otra, una voz de hombre, pero algo aguda, como la de un chiquillo, y con un matiz burlesco. Gritaba unas palabras que identifiqué como grotescas, y, a juzgar por los gritos que ella emitía, él estaba siendo sujeto e intentaba escaparse. A medida que se acercaban oía con más claridad lo que decían.
- ¡¡Suéltame, perra desgraciada!!
- Cállate, ahora vas a saber lo que es bueno. ¡Te lo mereces por ser un pendejo de mierda!
El resto del discurso me pareció inconcebible. Nunca la oí hablar de esa manera, no conmigo, al menos. Me atemoricé, porque creí que ella venía a encerrar a esa criatura capaz de proferir los más bajos juramentos a mi sala. Pero escuché el sonido de una puerta pesada, quizás de metal como la de una bóveda, abrirse. Era la puerta de al lado. No recordaba que mi puerta sonara así cuando me trajeron.
Se cerró con un golpe seco, amortiguando los gritos desesperados del chico. Entonces ella vino a sentarse ante mi puerta. Jadeaba de cansancio, y yo me quedé donde estaba, y le dirigí la palabra.
- ¿Qué fue eso?- dije con voz seca y un poco dura.
- ¿Recuerdas lo que te hablaba el otro día?- me preguntó con voz débil.
- Sí, eso creo- dije, indiferente. NO le iba a confesar que no había pensado en otra cosa todos estos días.
- Bien... creo que él es la causa de mi problema. No la única causa, pero la principal.
He tenido tiempo de pensar mucho, muchísimo, durante este tiempo de enclaustramiento. Así que decidí a preguntarle un par de cosas que me torturaban.
- He llegado a la conclusión- comencé- de que todos somos productos de tu mente. Hasta esta sala, es tu mente. ¿Es así?
Ella no contestó, pero no se fue tampoco. Seguí.
- Asumo que es un sí. Eso quiere decir que en algún momento nací de tu cabeza. No recuerdo cómo ni por qué, pero en algún punto de tu vida mi existencia comenzó a valer algo. La del tipo de al lado debe ser igual.
- ¿Y qué con eso?- me contestó con furia ahogada. No estaba teniendo el mejor día.
- Que entonces ¿por qué creaste estas salas? ¿Es que hay más que yo, o que este loco de al lado? ¿Son todas las salas iguales? ¿Por qué no me dices nada?
Me dejé llevar por la posiblidad de plantearle mis dudas sin que huyera. Quizás me apresuré, pero tanta paciencia estaba llegando al límite, y la presencia de un nuevo sujeto me llenaba de sentimientos encontrados.
... ¿Acabo de decir "sentimientos"? Oh no... otra duda se añade a la lista. Esta es de las antiguas, creo. Ya me había acostumbrado a la idea de tener dos sentimientos: Vacío y Llenado.
...
Sea lo que sea que cruzaba mi propia mente en ese momento, no me tenía lleno, sino más cercano a vacío. Mi mente no tiene la capacidad de crear gente a la que encerrar, me parece. Vive en función de ella.
Me contestó que no sabía, que aún averiguaba. Que se iba.
- ¿A dónde vas cuando te vas?- le pregunté. Me dio algo de risa mi juego de palabras.
- Por ahí- contestó secamente.
- Espera, podrías...
- NO, NO PUEDO. BASTA CON LAS PREGUNTAS- me ladró desde el otro lado.
Decidí guardar la calma.
- Sólo te iba a pedir algo que me sirviera para remarcar las frases de las paredes. El blanco solo me hiere los ojos.
Hubo un silencio, y una especie de gruñido. Se fue por el pasillo, con sus pasos haciendo eco.
De aquello han pasado un par de días. He intentado escuchar algo de la puerta de al lado, pero nada. O el tipo se quedó callado, o es que la sala no deja salir el sonido. No creo, debe ser la primera, porque cuando fue encerrado se escuchaban sus desgarrados gritos ahogados a través de mi pared.

Hoy me desperté y encontré un artefacto extraño junto a la puerta. Es como una varita del largo de mi mano, metálica. La tomé, pero al punto la dejé caer. La punta me había tocado la palma, y estaba ardiendo. Tanteé con cuidado el otro extremo: estaba frío.
Me di cuenta que sería fácil marcar de nuevo con él mis paredes de espuma.

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