19 enero, 2009

Resignación y Redención

He tratado de figurarme de dónde sale la luz que hay en esta habitación. Parece brotar de las propias paredes blancas y mullidas, sin ningún tipo de ayuda, día y noche recordándome que la habitación es eternamente blanca.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que vino a hablarme, que casi olvidé el timbre de su voz. Llegan a mí sólo ruidos amortiguados desde el exterior, porque estas paredes siguen gruesas y rígidas, disfrazadas de blanca espumita, y no tengo como salir.
Los primeros días, un "pánico" (así le puse) desconocido me invadía, produciéndome fiebre, delirios, y ataques de sentimientos hasta entonces ajenos a mí, como "rabia", "angustia", "tristeza", "desesperación". He golpeado cada pared, el piso, la puerta, incluso el techo, sabiendo que nada conseguiría, y efectivamente, nada he conseguido.
A medida que ha transcurrido el tiempo me he calmado cada vez más. Mi siguiente fase fue callar mi incesante charla conmigo mismo, mis gritos, mis rasguños en mi propio rostro...
Me hundí en un silencio que ningún humano probablemente podría lograr, aunque cuando era un poco más libre supe de algunos que se van a las montañas y se encierran en sí mismos. El problema es que yo ya soy el "sí mismo" de alguien, así que no puedo encerrarme, pero sí que me encerraron, y, estoico, no había vuelto a pronunciar una palabra, un gemido, un suspiro. Nada.
Estuve en blanco lo que me pareció un largo tiempo. Diría que si fuera un ser vivo, y no meramente una etérea conciencia o fracción de ésta, habría sido un cadáver. Si supiera cómo son mis ojos, podría describir cómo probablemente hayan estado vacíos, mi rostro pálido y tieso, y mi cuerpo totalmente inmóvil en un rincón.
Hace poco he salido de eso y me he distraído pensando algo que nunca se me había ocurrido: ¿cómo es mi rostro rasguñado por mí mismo? ¿cómo serían mis ojos vacíos?. No estoy seguro de si alguien (ni siquiera Ella) sabe cómo soy. Yo no lo sé. Aquí no hay espejos, y eso nunca me importó. Siempre le di más importancia a saber cómo era Ella.
Ahora eso poco me importa.

Entonces, pasando así los días, meses, quizás años o decenios sin que me diera cuenta (he perdido absolutamente mi noción del tiempo), sentí de pronto otra cosa que me pareció haber sentido antes, pero que había olvidado: frío. Lo sentí aquella vez en que mi suelo se volvió de piedra, en lugar de la espuma enloquecedora. Lo aguanté mucho tiempo, pero ahora lo había olvidado. Me pregunté si eso sería cosa mía; luego concluí que lo que ocurre aquí JAMÁS es cosa mía meramente. Así que, shockeado ante este suceso que rompía la monotonía a la que me estaba acostumbrando, me acerqué a la puerta, me puse de bruces y pegué la cabeza junto a la casi inexistente rendija bajo el metal. No era la primera vez que lo intentaba, pero desde que me habían re-encerrado no se veía ni oía absolutamente nada de afuera, y hace tiempo me había rendido. Por eso, pegué un salto al oír algo que se parecía horriblemente a un sollozo. Muy amortiguado, muy lejano, pero sollozo al fin y al cabo.
Escuché con atención, por lo menos una hora. No se iba, y no paraba jamás. No podía creerlo. Además, la rendija bajo la puerta supuestamente no existía: cuando la sala fue reformada, fue sellada de tal manera que nada, ni aún la luz podría siquiera intentar entrar. Pero ahora estaba ahí, una línea finísima, como si se hubiera desgastado por erosión a través de los milenios (o algo así se me ocurrió) dejaba pasar ese sonido lejano y desconsolado.
Demoré un día completo en decidirme a salir de mi silencio. Casi olvidé como hablar, así que cuando pegué la boca a ese ínfimo espacio, mi voz salió anormalmente ronca, o eso me pareció.
- ¿Quién llora ahí afuera? -pregunté.
El sollozo se cortó. Desesperado, pensando que quien lloraba pudo haber huído, o que todo había sido mi imaginación, volví a hablar:
- ¿Sabes...sabes por qué hace tanto frío aquí adentro?
El silencio se mantenía y me sentía más helado aún; ¿quién rayos lloraba afuera? De pronto, una vocecilla de niña contestó:
- Porque Ella no puede ceder...
Una cosa dolorosa y grande se posó en mi garganta. Esa sensación no era propia de mí, sino, por lo que recordaba, la había sentido unas pocas veces a través de ella. Nunca sentí algo tan fuerte: superior a mis pánicos anteriores, apretaba mi garganta y sentí, de pronto, mi vista nublada. Esa voz era luz, era sonido y color, todo aquello que en mi vida no existía desde hacía quien sabe cuánto tiempo. Quise preguntar tantas cosas, tantas cosas, pero solo pude pegar el rostro a la espuma blanca y seguir ahí, de bruces, junto a la puerta. La niña afuera, de pronto, comenzó a llorar una vez más. Quise decirle "¡no llores!", pero me encontré con la sorpresa de que algo caía por una de mis mejillas, me hacía cosquillas...resbalaba por mi barbilla...goteaba... y al caer, era absorbido por la espuma.
Era mi primera lágrima.
No alcancé siquiera a meditar (mi mente estaba en blanco), cuando los sollozos pararon, y antes de siquiera pensar en hablar para afuera, una voz retumbó en el interior de la sala:
- Vaya, nos estamos poniendo sentimentales, ah.
Otra vez, la fría voz de tiempo atrás. Recordé todo lo que había enterrado este tiempo, con sólo esa frase.
- Le dije a Magdalena que no hiciera nada, pero me acabo de dar cuenta de algo curioso... ¿desde cuando tienes emociones?
Esa pregunta era la misma que me hacía yo en esos momentos, pero entonces comprendí una cosa: era mi oportunidad de saber, porque Ella no podría saber que yo le mentía, con la conexión rota. Estaba seguro de ello, porque si me preguntaba algo así, realmente no tenía idea de lo que pasaba. Mi ira contenida y todas aquellas cosas nuevas parecieron explotar en alguna parte de mi pecho.
- Oh...curioso que lo preguntes... pero no tengo ganas de responder, sabes, he pasado mucho tiempo en silencio y me agobia hablar.
- No te hagas el chistoso. No estás en posición de negarte a contestar mi pregunta- dijo la fría voz de Ella.
- ¿Te parece que me estoy divirtiendo? -dije, imprimiendo a cada palabra un odio contenido, salido de quien sabe donde- claro que no. Pero sabes, he pensado algunas cosas...¿cómo es mi cara?
- ¿Qué?-dijo ella, al parecer atónita- ¿qué importa eso? Responde lo que...
- ¿De qué color son mis ojos? -continué- ¿por qué soy un hombre, si tú eres una mujer?... o mejor aún...¿cómo me llamo?
La última pregunta pareció retumbar. La voz de Ella temblaba de ¿cólera? al volver a hablar.
- Eso no te incumbe... eso no debes siquiera pensarlo...¿por qué lo has pensado?
- Porque, bueno, uno empieza a cuestionarse cosas estando meses en una sala blanca, creo yo... no sé que opines tú.
- Te has vuelto...mis esfuerzos... te conviertes en otro podrido pedazo de mi mente... por más que he intentado alejarte...
- Disculpa- gruñí- pero tus preciosos esfuerzos no significan nada para mí.
- TÚ NO ENTIENDES NADA -gritó- LO HE HECHO...¡POR TU BIEN!
Si me hubiera pegado una cachetada o me hubiera dejado a oscuras, habría sido menos shockeante. Burbujeaba en mi interior algo superior al enojo, a la desesperación, ¿o era todo junto?
- Mi bien- reí de manera desquiciada, tal como Ella rió la última vez que la oí. Quizás se dio cuenta de ello, porque hizo un extraño sonido- Mi bien dices tú... por favor... ¿CREES- dije fuera de mí- QUE VOY A ESTAR ACEPTANDO LECCIONES DE ALGUIEN QUE NI SIQUIERA SABE ORDENAR SU MENTE? Tu vida no ha ido tan bien como parece sin mí, quizás eres más libre, más feliz...¡pero una parte de ti ha estado llorando ante mi puerta! ¿Sabes qué le puedes decir? ¿Magdalena dices que se llama? ¡Avísale que no me he muerto, para que no llore! ¡Avísale y dile que pronto, antes de lo que tú crees, saldré de aquí, porque YO soy TÚ, y estas paredes- le pegué un golpe a la puerta metálica- no son NADA para mí!
- ¡Ca...cállate! ¡No tienes idea de lo que dices, no te creo, no podrás!
- ¿Oh, estamos asustándonos?- contesté, tapando el hecho de que realmente dije todo sin pensar- vaya, pareces menos valiente, eh. Unos meses de soledad para mí no son nada...¿pero qué hay de ti?
Nunca contestó. Pasó mucho rato, en el que respiré agitadamente. Nunca antes necesité tomar tanto aire, y me di cuenta que estos cambios en mí no podían ser normales. ¿Es que me volvía cada vez más humano? ¿Más Ella?
El mismo día de la discusión, el sollozo volvió rápidamente afuera, y esta vez me quedé escuchándolo mucho tiempo más. Pasaron horas, días quizás. No sé. Había tanto de lo que hablar, pero mis meses de silencio aún pesaban en mí. Finalmente, seleccioné una de las miles de preguntas, y le dirigí la palabra a la niña de afuera:
- ¿Magdalena?- el sollozo cesó. La envidié por tener un nombre. Me repuse, tomé aire, y pregunté- ¿por qué estás ahí afuera?
Ella dio un leve sollozo de nuevo. Estaba yo de espaldas esta vez, pegado a la puerta, mirando el cielo blanco con los ojos abiertos, cuando la respuesta me paralizó algo que debía ser...un corazón.
- Porque he venido cada día a llorarte desde que te encerraron aquí...

No hay comentarios: